Antes Del Amanecer

Dormí muy poco aquella noche. Me había ido a dormir temprano, más por el cansancio residual por la falta de siesta aquél día, que por las ganas de madrugar. De haber sido por mi, quizás no hubiese dormido esa noche.

Me desperté a las 2 de la mañana y no pude volver a pegar el ojo, la ansiedad que tenía me lo impedía. Faltaban menos de 10 minutos para las 3, cuando me levanté de la hamaca, decidido a dejar todo listo. Dos maletas, una grande y una pequeña; Dos cajas, una con una mesa desarmable y otra con un televisor; Dos morrales, ambos de color naranja, eran todo el equipaje que debía llevar. Ah y la mesita de largo modificable que sirvió de soporte, primero para mi computador portatil y luego para el televisor. Aún no había terminado de empacar.

Luego de bañarme y empacar la ropa que me había quitado, era hora de descolgar la hamaca y empacarla; como ya las maletas estaban repletas y selladas con tanta cinta adhesiva como me atreví a colocar, la metí dentro del morral más grande, de tal manera que envolviera otras cosas y ocupara menos espacio. Me costó trabajo hacer aquello último. Era en aquella hamaca donde había pasado gran parte de mi tiempo en los últimos meses y casi se podía decir que era el único mueble que había en el apartamento, porque muy pocas veces utilizaba las sillas, salvo para adelantar trabajo, lo cuál hacía con poca frecuencia.

Finalmente, a las 3:20 todo estaba listo y empacado. Saqué la motocicleta a averiguar si ya había transporte. Di la vuelta por el pueblo, vacío a aquella hora nefasta y para mi sorpresa el local estaba abierto. Era hora de seguir con mi plan. Las 3 cuadras que separaban mi casa del sitio de los transportes, hacían una tarea titánica llevar el equipaje por mi mismo. Afortunadamente había hablando con un carretillero la tarde anterior y a esa hora lo llamé. Mi equipaje se veía voluminoso, pero no tanto como debía ser, puesto que el día anterior me había deshecho de un armario, un escritorio y una silla.

Me dio tiempo de amarrar el morral más grande a la parrilla de la moto y colgarme el más pequeño a mis espaldas. Tenía puesta la chaqueta y el casco en la mano izquierda, aditamentos necesarios para no achicharrarme con el feroz sol tropical que estaba a punto de salir. Y me quedé esperando, pensando en todas las cosas que había hecho y dejado de hacer y sobre todo en el camino que tenía por delante.

El carretillero llegó unos 15 minutos después, minutos que parecieron eternos, el se llevó el equipaje y yo salí por el otro lado en la motocicleta; las maletas y las cajas (y la mesa) estaban ya esperando a ser ubicadas en el vehículo, y aún no eran las 4 de la mañana, decidí esperar un poco, al menos hasta cerciorarme de que ninguno de mis objetos se iba a quedar allí.

Finalmente a las 4:30 decidí poner marcha. Nunca había viajado confiado apenas en las luces de la moto, siempre lo había hecho confiando en el tenaz sol tropical, que estaba a minutos de salir por el oriente. Iba mucho más despacio de lo que lo hubiese hecho a plena luz del día, pero avanzaba bien y no debía ir tan despacio, porque el vehículo en el que iban mis equipajes aún no me sobrepasaba, finalmente cuando vi en un lado del horizonte el primer indicio de claridad, tuve un curioso problema.

La oscuridad y la neblina, hacían imposible que usara el visor del casco, pero unos diminutos insectos suspendidos en el aire, parecían querer meterse dentro de mis retinas. Tuve que bajar mucho más la velocidad, y fue entonces cuando apareció en el horizonte la imagen más hermosa que hubiese visto en mucho tiempo. El sol empezaba a aparecer en el horizonte y su reflejo se veía nítido sobre la capa de neblina, como si hubiese dos soles puestos una al lado de la otra. Irónico que aquel mismo sol al que le tenía tanto debía protegerme, pudiera brindar un espectáculo tan hermoso a aquella hora. Y entonces supe que había valido la pena todo aquello.

Los kilómetros que siguieron estuve más concentrado en enfurecerme con los vehículos que me obstaculizaban y en seguir adelante, al fin y al cabo, al final de camino no sólo me estarían esperando mis maletas, sino también … mi hogar.

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