Adolescentes en una sociedad distópica que los trata como pedazos de carne desechable.
Aunque la premisa de «The Maze Runner» resulta inquietantemente parecida a la de «The Hunger Games«, al menos en el campo cinematográfico logra diferenciarse lo suficiente de la saga de Suzanne Collins, como para considerarse su digna sucesora en el campo de la ciencia ficción para adolescentes y no tan adolescentes.
Decir que «The Maze Runner» («Correr o morir», en la traducción para latinoamérica) es otra película tonta para adolescentes y adultos jóvenes, en la misma línea de producciones mediocres como Divergente, Twilight o Cazadores de Sombras sería no sólo injusto sino también errado.
La película inicia cuando Thomas (Dylan O’Brian) despierta en un elevador que lo transporta a un lugar llamado «El Área», completamente rodeado de un intrincado y monstruoso laberinto y sin absolutamente ningún recuerdo de su vida pasada salvo el de su propio nombre. Thomas se debatirá entonces entre el misterio de la existencia de «El Área» y el laberinto, las reglas y condiciones de una sociedad compuesta de adolescentes transplantados hasta allí sin ninguna razón conocida y los peligros ocultos en el lugar.
Si la combinación de suspenso, acción y drama adolescente no fuera suficiente para mantener al espectador al borde de la silla, es la reflexión bien lograda que hay en el trasfondo de la cinta, lo que la diferencia del montón.

Los habitantes de «El Área» reflejan la sociedad actual que se divide entre aquellos que creen que es válido sacrificar la seguridad por la libertad y aquellos que creen que la libertad, la posibilidad de tener opciones, vale cualquier sacrificio. Es en este choque de opiniones que surgen el «héroe» que ama la libertad (Thomas) y el «villano» (Gally, Will Poulter) que defenderá a toda costa la seguridad de las personas que ama. Y es aquí donde radica uno de los elementos mejor logrados de la película y es que aunque es fácil dejarse llevar por la comodidad de clasificar los personajes en buenos y malos, en realidad no existe tal cosa, sólo existe personajes con una diferencia radical de opinión, lo cuál deja la reflexión de que en realidad no se necesitan guerras y enfrentamientos para zanjar tales cuestiones.
En el climax de la película Thomas y Gally se enfrentan violentamente por su diferencia de pensamiento: Thomas quiere arriesgarse a buscar la salida del laberinto, pero Gally lo considera un peligro innecesario y espera que las cosas se conserven tal y como están, sin arriesgar nada. Lo irónico del asunto y de esta sociedad es que ambas ideas pueden coexistir sin llegar a la violencia. El problema surge cuando se quiere forzar a otros, que no están convencidos, a hacerlo.
La película cuenta con una dirección excelente, por no decir impecable, con varias escenas que particularmente considero entre las mejores del cine del último año y que quizás en 10 o 15 años lleguemos a considerar como clásicas. Las actuaciones son vívidas y no sólo de parte de O’Brian y Poulter, sino también de Kaya Scodelario (Skins) cuyo parecido físico con Kristen Stewart no sólo es inquietante, sino conveniente para la cinta ; Thomas Brodie-Sangster, a quien vimos en Game of Thrones como Jojen Reed y el coreano King-ho Lee. Pero es Patricia Clarkson la que logra no sólo completar el rompecabezas de la cinta, sino que da el impulso necesario para esperar con ansias la segunda entrega.
Una opción completamente recomendada para este mes del Amor y la Amistad, a menos que usted sea de los que crean que la ciencia ficción predice el futuro y no quiere que sus hijos, nietos, bisnietos o tataranientos terminen en una sociedad que los considera pedazos de carne desechables… ¡Feliz Amor y Amistad!
Calificación: 4.73/5.00
