Después del desastre descomunal que significó para Tom Cruise haberse metido en ese naufragio sin reversa de la saga de Monstruos Universales de Universal Pictures con el refrito de La Momia, hubiese sido letal para la carrera del carismático actor que escogiera mal su siguiente largometraje. Afortunadamente para él y para todos aquellos que se beneficiaron de la lluvia de dólares que trajo el rodaje del film aquí en Colombia, a American Made, conocida en español como Barry Seal, sólo en América, le ha ido mucho mejor de lo que la gran mayoría esperaba.
El largometraje, tal y como su nombre en español lo indica, cuenta la historia de Adler Berriman Seal, más conocido como Barry (Cruise), un piloto de una aerolínea nacional de los Estados Unidos, que luego de ser sorprendido contrabandeando cigarrillos cubanos en territorio del Tío Sam, es reclutado por Schafer (Domhnall Gleeson) para tomar fotografías aéreas a insurgentes comunistas financiados por la Unión Soviética (o sea, como las FARC y el ELN) en América Central.
A partir de allí, Barry se involucrará en una serie de actividades non-sanctas que incluirán trabajos para el Cartel de Medellín, tráfico de armas a insurgentes y hasta ingreso ilegal de personas a los Estados Unidos. Hasta que se de cuenta que todo aquel que se mete en negocios ilegales con las drogas siempre termina pagando el precio justo y completo por su error.
La película hace una aproximación más bien cómica a los hechos de la peculiar vida del piloto Barry Seal, pero haciendo la salvedad de que en ningún caso cómico quiere decir ficticio. El frenesí del comercio de drogas desde Colombia a los Estados Unidos ha representado por años lo hilarante y jocoso que resulta que individuos comunes y corrientes, de la noche a la mañana, queden bailando literalmente en la danza de los millones… y de los millones de dólares.
El director Doug Liman (Al filo del mañana) hace una aproximación puntual a la historia, con un estilo estético reminiscente de las películas de los años 80, pero sin lograr encerrar completamente al espectador en la era como si lo logró Shane Black en The nice guys. Quizás como consecuencia de la resistencia de Tom Cruise de cambiar en lo más mínimo su aspecto.
La película es de verdad bastante entretenida y divertida y las actuaciones acompañan esa cualidad específica, pero el gran pero de la cinta en general es la imposibilidad de presentar apropiadamente la tragedia que implica. Tom Cruise interpreta a un Barry Seal irreal, como si fuera una estrella de cine que por casualidad le tocó ser piloto, y no un tipo que lucha por llevar dinero a su casa para levantar a su familia y peor aún, cuando ya se revela que su vida corre riesgo, parece que Cruise se decanta por una interpretación a lo Jack Reacher o Ethan Hunt, y en ningún momento logra la empatía necesaria para generar la catarsis de la tragedia.
Con una catarsis apropiada (o con un actor diferente protagonizando) quizás esta película hubiese merecido mucho más crédito del que consiguió. Un enorme potencial lamentablemente perdido.