Actualmente en varios países como Alemania, Italia, Irlanda, México, Chile y Colombia ha surgido una especial y bastante álgida controversia sobre la posibilidad de que parejas del mismo sexo puedan ejercer la adopción sobre menores de edad. Una controversia que se basa en una aguda diferencia de opinión en lo que significa una palabra que para todos tiene un gran significado: familia.
Y es precisamente sobre el interrogante de qué significa ser familia que se basa la premisa de la segunda película de la reformada división de Animación de Warner Bros, una interesante fábula llamada Cigüeñas (Título original: Storks).
Desde que empecé en mi rol de redactor aficionado, por medio del experimento de este blog, he tratado en diversas oportunidades sobre los temas más espinosos y polémicos en el país, incluyendo, por supuesto el estatus legal de las parejas del mismo sexo, como hecho evidente que la sociedad está en mora no solo de tolerar y admitir, sino también de integrar en todos los niveles de la realidad nacional.
Y luego de dos debates bastante «peculiares» en el congreso de nuestra amada República de Colombia, donde se escucharon desde propuestas de matrimonio a Avianca hasta términos tan originales como «sexo escatológico» se terminó de hundir el proyecto de ley que permitiría el matrimonio entre parejas del mismo sexo.
En un primer debate que nada tendría que envidiarle a capítulo de «Dejémonos de Vainas» los congresistas que rechazaban el proyecto se agarraron de argumentos tan ridículos como el de que de aprobarse el proyecto la gran perdedora sería la mujer, o el de que se aumentaría la violencia sexual en los niños entre otras barbaridades que sólo muestran que en Colombia elegimos a un montón de ignorantes para sentarse en ese congreso que se supone debería representar al pueblo.
Son tan ridículos los argumentos que dan en el congreso personajes como el senador Gerlein, que la parodia no se hace esperar.
A mi modo de ver las cosas este debate no fue un debate sobre la igualdad de derechos, como se suponía debía ser, sino un debate sobre una estúpida palabra: Matrimonio. En ese congreso nadie parecía tener problema con que las parejas del mismo sexo formalizaran su relación, no, no, no, el problema era que quisieran llamar a esa unión matrimonio, ese era el meollo del asunto. Ese es el problema que surge cuando se mezcla la religión con la ley.
Y Jesús, que no era ningún bobo retrógrado como nos hacen creer Roberto Gerlein y Alexandra Moreno Piraquive, dijo que «Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» palabras muy sabias cuyo significado es que las cuestiones políticas no se deben mezclar con cuestiones religiosas ahí si que como dice la sabiduría popular «Cada loro en su estaca».
En Colombia se nos inculca desde pequeños, sea cual sea la religión que practiquemos que el Matrimonio es una unión de un hombre y una mujer bendecida por Dios. Ahora con esa programación metida en la cabeza, es difícil desligar esa definición del matrimonio civil que es, sin lugar a dudas, un concepto completamente distinto.
El error aquí consistió en adoptar una palabra tan profundamente ligada a la mentalidad religiosa, como lo es Matrimonio, dentro de nuestros códigos legales. Puede ser que el Matrimonio sea una institución civil desde los tiempos de la antigua Roma, pero por 1500 años fue el sacramento favorito de la iglesia y eso eco resuena tan fuerte hoy día que aún se hunden proyectos de ley por su causa.
«Matrimonio» no es la palabra correcta para designar uniones, ya sea de hombres con mujeres, hombres con hombres, mujeres con mujeres, o aliens con depredadores … al menos no en este país donde todo, hasta el día de la yuca lo quieren santificar a punta de marchas y eucaristías. Así como a los recién nacidos no se les pide la Partida de Bautismo, sino el Registro Civil, y como a los muertos no se les expide un Certificado de Extrema Unción sino un Certificado de Defunción, así mismo la unión de dos personas (naturales, no jurídicas, no vaya a usted a casarse con Avianca) no debería recibir ese apelativo. Sea como sea que lo quieran llamar, vinculo marital, unión civil, unión conyugal… Matrimonio no es la palabra adecuada.
«Yo no le propuse unión civil a ella» dice este cartel. ¿Por qué la palabra matrimonio es tan importante, cuando es una institución en franca decadencia?
En cuanto a la adopción, en un país donde la sexualidad irresponsable conduce a miles y miles de nacimientos no deseados cada año, que una pareja, sea cuál sea su orientación sexual, decida darle la oportunidad a uno de estos niños no debería rechazarse tan a la ligera. Por supuesto que hay que hacer seguimientos ¿Pero por qué negar esa posibilidad? ¿Prefieren que se imponga la cultura del aborto entonces? ¿Qué acaso el ICBF no está para verificar si una pareja está en capacidad económica y emocional de adoptar? Esas son las preguntas que nos deberíamos estar haciendo en lugar de pelear por una tonta palabra. Después de todo ¿Cuál es el afán por pertenecer a una institución que hace años está en decadencia? No quisiera creer que todo este alboroto es porque quieren matrimonios por lo civil, porque por la Iglesia no pueden. Si es así creo que el objeto de tanta lucha y tanto clamor no es más que pura y simple ilusión.
Esas son las preguntas que nos deberíamos estar haciendo en lugar de pelear por una tonta palabra. Después de todo ¿Cuál es el afán por pertenecer a una institución que hace años está en decadencia? No quisiera creer que todo este alboroto es porque quieren matrimonios por lo civil, porque por la Iglesia no pueden. Si es así creo que el objeto de tanta lucha y tanto clamor no es más que pura y simple ilusión.