De niños, solemos creer que convertirse en adulto es un camino, un proceso, una escalera con muchos peldaños. Después de todo, primero tenemos que ser adolescentes, graduarnos del colegio; luego pasamos a ser adultos jóvenes, donde nos preparamos más específicamente para lo que seremos el resto de nuestra vida, la universidad quizás, y luego, mucho después, cuando ya tenemos una estabilidad financiera, emocional y sentimental, casi siempre después de los 30, por fin creemos que somos adultos.
IT, dirigida por el argentino Andy Muschietti, nos RECUERDA que todas esas etapas que creemos que están entre la niñez y la adultez son meras construcciones sociales y que esa transformación, más allá de lo físico, no es un camino que tome décadas en recorrerse, sino tan solo un paso que puede tener lugar en un instante que, eso sí, puede parecernos eterno.
Muschietti, comprendiendo el verdadero propósito de Stephen King en su libro, nos muestra a través de siete chicos como ese cambio, como todo en la vida, tiene dos lados, uno brillante, maravilloso y prometedor, y otro, oscuro, tenebroso y aterrador.
Bill (Jaeden Lieberher) ha perdido a su hermano menor Georgie en circunstancias muy extrañas y a pesar de tener el consuelo de sus amigos Stan (Wyatt Oleff), Richie (Finn Wolfhard) y Eddie (Jack Dylan Grazer), le obsesionan las circunstancias de su desaparición, cuya única pista es el sistema de drenaje de su ciudad, Derry. El grupo, auto-denominado El Club de los Perdedores, pronto tiene otras adiciones, Ben (Jeremy Ray Taylor), el chico nuevo del pueblo, Mike (Chosen Jacobs) un joven afroamericano educado en casa y Beverly (Sophia Lillis) una hermosa jovencita con una muy mala reputación en el pueblo.
Unidos por la circunstancia común de ser todos víctimas del matoneador del pueblo, Henry Bowers (Nicholas Hamilton) y por la aparente conexión de todos con los hechos misteriosos del pueblo, los Perdedores pronto descubrirán que Bowers es el menor de sus problemas cuando un payaso llamado Pennywise decida que es hora que ellos, y otros más, floten.
Si hay algo refrescante en IT es que, al igual que ha sucedido con la precuela de Ouija y con El Conjuro 2, es una película en la que el terror sirve como complemento al objetivo principal de la película, en este caso las complicaciones asociadas al cambio de niños a adultos. Uno podría, perfectamente, quitar todas las escenas de terror y aún así quedaría un cortometraje coming-of-age de magnífica calidad.
Incluso dentro de las restricciones de Warner Bros para sus largometrajes de terror, el argentino Muschietti se las ingenia para entregar una película visualmente interesante y sugerente, con unas escenas magníficas y unos diálogos que las complementan muy bien. Las actuaciones, son inesperadamente buenas teniendo en cuenta que por lo general cuando los protagonistas de una película son niños, se espera una calidad menor que en una película de adultos, pero acá todos se lucieron.
Sophia Lillis, la mejor de todos, demuestra una amplia gama en su registro, pasando de encantadora, a triste y de aterrorizada a pícara, siendo 100% creíble y real en el proceso. Jack Dylan Grazer encarnando al hipocondríaco Eddie, la sigue muy de cerca. Y el trabajo del resto de los chico no está muy lejos de la calidad de los primeros.
¿Y Pennywise? Bueno, Bill Skarsgard, interpreta (tal como lo prometió) a un Pennywise diferente al de Tim Curry… resulta un villano más que aterrador, inquietante, que es precisamente lo que su personaje debe proyectar. Skarsgard interpreta a un Pennywise encantador, llamativo, pero evidentemente siniestro y peligroso, dualidad que en definitiva resulta en un villano coherente, poderoso e interesante para la audiencia.
Warner Bros, demuestra una vez más, con esta película que se puede hacer un trabajo de calidad, con presupuestos moderados y sobretodo con un propósito que nos puede hacer ver la vida desde otro punto de vista, en este caso quizás seduciéndonos a recordar ese momento único en el que esa vulnerabilidad que disfrutamos de niños pasa entonces a ser un aditamento engorroso, ese instante en que nos convertimos inconscientemente en adultos.
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