Si hay una palabra que pueda describir los 128 minutos de La La Land, sin duda esa palabra es ARTE. Desde la primera secuencia (una secuencia de baile en una autopista congestionada en la mitad de Los Ángeles) es posible apreciar la visión de su director y escritor, Damien Chazelle (Whiplash), y su intención de introducir al espectador en una historia que combina la dura realidad de la vida, con la magia de los sueños y el amor.
Protagonizada por Ryan Gosling y Emma Stone, La La Land cuenta la historia de Sebastian «Seb» Wilder y Mia Dolan. El primero un pianista, amante del jazz, que sueña con tener su propio negocio dedicado exclusivamente a este género musical y la segunda, una mesera que sueña con convertirse en una gran estrella de Hollywood. Seb y Mia, cuyas vidas giran en torno a sus sueños, verán estos reflejados el uno en el otro, y al final tendrán que decidir qué es más importante si sus sueños o el amor.
La historia de los chicos que van a Los Ángeles a cumplir sus sueños de ser reconocidos, famosos e importantes no es nueva, pero el enfoque del director en este caso es sumamente original. Chazelle logra plasmar en el guión una metáfora doble para ambos personajes.
La dirección es sencillamente magistral. En un estilo de musical de los años 50, Chazelle enmarca a sus personajes, con una equilibrada utilización de la famosa pantalla verde, música, vestuario y escenografía; todo trabajado de manera armoniosa para entregar el resultado final.
En cuanto a las actuaciones hay algo que debo decir. Cuando vi la película por primera vez me pareció que Ryan Gosling estaba demasiado mayor para su personaje, y quizás un poco Emma Stone. Me dije a mí mismo «esta película está que ni pintada para actores más jóvenes, quizás, recién salidos de la adolescencia». Poco después me enteré que en realidad Damien Chazelle tenía en mente a Miles Teller y a Emma Watson para los papeles principales y entonces tuvo sentido para mí. Pero mucho más sentido tiene que hayan escogido a dos actores más experimentados como Gosling y Stone, teniendo en cuenta el enorme peso que la cinta imprime sobre sus protagonistas.
Y no es sólo que los actores hayan tenido que practicar los bailes por horas, ni que hayan tenido que aprender las habilidades de sus personajes, sino que por momentos tuvieron que encarnar una dualidad brutal en sus personajes, como por ejemplo en la que Seb decide entrar a una banda de Jazz Fusión para ganar dinero y debe adoptar una pose urbana, o en la escena de la audición de Mia, con una escena en la que es interrumpida, luego de entrar en un estado de tristeza al tratar de recitar sus líneas de manera coherente. Lo siento, pero no creo que ni Teller ni Watson hubiesen podido lograr una actuación de ese nivel.
La premisa de la película sin duda tiene que ver con los sueños, en lo que sufres y en lo que sacrificas para alcanzarlos, en el significado del amor y es aquí donde la metáfora de Chazelle va jugando. Mia y Seb representan la última oportunidad y al mismo tiempo el mismo obstáculo del otro para alcanzar sus sueños, ambos aman la idea de convertirse en un heraldo del Jazz y en una actriz famosa, pero es ese último paso, el definitivo el que ambos dan juntos para alcanzarlo, aunque al final ese último paso los ponga en dos autopistas completamente distintas.
Una película que quizás a algunos les parezca densa o quizás, demasiado lenta, pero que precisamente no vende su arte por ganar unos segundos de entretenimiento vacío. Espectacular.
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