Sin embargo, el camino para convertirse en toda una celebridad religiosa, empezó para Payam Golshiri (Mehdi Dehbi), lejos de Aviram Dahan y de Eva Geller, empezó en Damasco, Siria. Allí, ad portas de un ataque por parte de las fuerzas de ISIS (Daesh), Golshiri, vestido en una túnica amarilla – como clamaba una profecía que aparecería el Mesías – orando proclamó que la ciudad no caería bajo las manos de los terroristas, y justo cuando estaba iniciando el ataque, se formó una tormenta de arena que cubrió la ciudad por quince días, efectivamente evitando que la ciudad cayera.
La acción de Golshiri, conocido desde ese momento como al-Masih, inmediatamente fue reconocido por los habitantes de Damasco, incluidos Jibril Medina (Sayyid El Alami), y Samir (Fares Landoulsi), quienes tocados por el milagro decidieron seguir al enigmático personaje a través del desierto.
Todo iba de maravilla, hasta que los peregrinos se dieron cuenta que al-Masih los estaba llevando hasta Israel, un país que tenía cero intenciones de dejar cruzar a miles de sirios, y hasta que su Mesías voluntariamente cruzó la frontera para ser capturado.
Los peregrinos esperaban que al-Masih usara sus poderes, cualesquiera que fueren para escapar y luego fuera por ellos, sin embargo, cuando efectivamente al-Masih escapó, y no solo no fue por ellos, sino que terminó en Estados Unidos sus seguidores varados en la frontera con Israel, expuestos al hambre y la sed, todos se empezaron a preguntar: ¿Por qué al-Masih los abandonó?
Esta acción es una de las pruebas de que Golshiri no es ningún Mesías. Golshiri convenció a miles de sus seguidores, creyentes en el milagro en Damasco, de cruzar el desierto y llegar a Israel para ganar notoriedad, para que cuando pasara a la segunda fase de su plan, en Estados Unidos, fuera ya ampliamente conocido, y el efecto de su llegada fuera explosivo.
Sin embargo, hay algo aún más perverso en su acción. Al dejarlos abandonados en ese lugar, Golshiri provocó la creación de dos bandos, el primero en el que se encontraba Jibril, fiel y con fe de la ayuda que eventualmente al-Masih otorgaría, al punto de lograr la entrada a territorio israelí. Y los no creyentes, que terminarían en manos de extremistas, como sucedió con Samir.
Jibril, que de hecho parece haber recibido algún tipo de guía a distancia por parte de Golshiri, cruzó desnudo la frontera con Israel, logrando el paso para los refugiados que aún creían en al-Masih. De esa manera, Jibril se convirtió en la voz de al-Masih en Israel y Palestina. Un agente de inestabilidad, en una región sumamente sensible a este tipo de manifestaciones religiosas.
Pero al convertirse en ese tipo de mensajero, los extremistas que consideran a al-Masih un hereje, también se activaron y es allí cuando envían a Samir a destruir el mensaje de al-Masih, en boca de Jibril. Golshiri logró crear una guerra santa en Jerusalem, generando el caos que curiosamente es lo único que deja en los lugares por donde pasa.
En los dos primeras entregas de esta serie había relatado los aspectos de mi viaje de manera cronológica. Sin embargo, en vista que en los últimos cuatro días de mi recorrido por el Amazonas, hice muchas cosas temáticamente diferentes, resulta imposible contar la historia en orden, sin que parezca un completo arroz con mango. Por tanto esta entrega, la penúltima, tratará exclusivamente de las zonas fronterizas a Leticia: Tabatinga, en Brasil y Santa Rosa de Yavarí en el Perú.
El día de hoy, miércoles 9 de septiembre de 2015, el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela, a través de su Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Exteriores, publicó en el diario estadounidense The New York Times, un artículo titulado «The truth about the Venezuela-Colombia border situation» (La verdad sobre la situación de la frontera Venezuela-Colombia), artículo, que a diferencia de lo que han manifestado algunos funcionarios de la administración de Nicolás Maduro, NO corresponde a un reportaje o una investigación por parte de los periodistas de dicho diario, sino a una publicidad pagada por el gobierno de Venezuela, que teniendo en cuenta su extensión de una página y de acuerdo con datos del portal web Billfold, habría tenido como mínimo un costo de 104.000 dólares, el equivalente a 14.000 meses del valor realdel salario mínimo de un ciudadano de Venezuela hoy en día.
En la entrega anterior, vimos como se vería La Costa Atlántica si Colombia si dividiera en 32 departamentos con igual población, y bueno se pasó de 8 departamentos a 7. Ahora ¿Qué tal si pasamos al nororiente del país? El nororiente de Colombia no es tan administrativamente definido como La Costa Atlántica, pero quizás se puede hacer algo desde las características geográficas. Así quedaría el mapa de esa zona del país:
Y es entonces que tenemos algunas sorpresas:
Mientras que Norte de Santander queda casi exactamente igual que en sus límites actuales (salvo un par de municipios de Santander), Boyaca tiene que unirse a Arauca para armar uno sólo de los nuevos departamentos. Santander quizás el más poblado de la región, además de prestarle algunos de sus municipios al vecino del norte, debe dividirse en los Municipios de Cordillera y los Municipios de Ribera, que pasan a formar con los municipios ribereños de Antioquia uno de los nuevos departamentos.
El departamento conformado por Norte de Santander y algunos municipios del actual Santader lo llamaremos CATATUMBO, que es quizás el nombre geográfico más representativo de la zona. El departamento formado por Boyacá y Arauca lo llamaremos PRÓCERES, por aquello de la independencia y las marchas por el piedemonte y todo eso. El departamento formado por la parte occidental, de montaña, de Santander, que incluye el área de influencia cercana de Bucaramanga lo llamaremos CORDILLERA ORIENTAL, divertido ¿no? Y al departamento formado por los municipios ribereños de Antioquia y Santander los llamaremos (¡oh sopresa!) MAGDALENA MEDIO, le quería poner MAGDALENA CENTRAL… pero eso se oye como a título de reina del carnaval de Ciénaga o algo parecido.
En el mapa podemos ver un poco más de las divisiones de Antioquia y Cundinamarca, pero de esas hablaremos en otro post, mientras tanto hagamos cuentas, con las nuevas divisiones tenemos:
El volumen de mi equipaje lo decía todo. Un morral y un tubo portaplanos negro, demasiado grande para su contenido indicaban que definitivamente no me iba a quedar mucho tiempo del otro lado de la frontera. Había tenido que arreglar todo a las volandas. Rodrigo, el compañero de trabajo que me guiaría hasta mi destino final en Venezuela había decidido adelantar su viaje 24 horas, así que faltando 2 horas para la salida del bus me tocó organizar todo a las carreras. Metí en el morral los 3 cambios de ropa que podía necesitar, los documentos pequeños en una carpeta de trabajo, y los grandes en el enorme tubo plástico, demasiado grande para su labor.
Llegué al terminal de transportes donde Rodrigo y su esposa me esperaban. A diferencia de mi escueto equipaje, el de ellos era impresionante. Además de los bolsos de mano, llevaban maletas, cajas y sacos, perfectamente cerrados y amarrados y listos para la travesía. La esposa de Rodrigo estaba muy entusiasmada y apenas me senté a su lado, temeroso y excitado por la perspectiva del viaje, empezó a recitarme la larga lista de recomendaciones para el viajero colombiano promedio al vecino país: que si llevaba el pasaporte, que los sellos, que los carros, que el cambio, que si la mercancía… en fin un cúmulo de consejos prácticas que ella había tardado más en decir, que yo en olvidarlos.
Subí al bus con mi reducido equipaje y conseguí un puesto los suficientemente cerca para ver a Rodrigo y a su esposa, pero lo suficientemente lejos como para no tener que alargar las convenciones sociales de las conversaciones entre conocidos, y echarme de una buena vez a dormir. Para ser un viaje nocturno, dormí bastante bien, un sueño apenas interrumpido por las pausas esporádicas en los peajes y los terminales de transporte de todas las capitales de la Costa Caribe Colombiana, que se levantan en el camino entre Sincelejo y Maicao. Pero luego de salir de Riohacha, no pude volver a dormir.
Era aún de madrugada, y el sol estaba aún lejos de salir, pero el sólo hecho de ver que el verde intenso que acostumbro a ver por la ventana, había desaparecido, dando paso a un marrón rojizo, interrumpido apenas por un puñado de plantas espinosas me hizo poner los pies en la tierra: estaba a punto de salir de Colombia por segunda vez y no había vuelta atrás.
El terminal de Transportes de Maicao es igual de caótico y desordenado que el resto de terminales que he visto en Colombia, pero ya desde allí se podía percibir la frontera, tangible y concreta, desde los acentos extraños, pasando por los gritos de los mercaderes de divisas, hasta el de los chóferes que prometían ponerte en Venezuela a un módico precio. Estaba tan fascinado viendo el espectáculo alienígena, que apenas si pude recordar que había dejado mi tubo portaplanos en el bus y apenas si pude recuperarlo.
Lo primero que me indicó Rodrigo era la manera de cambiar el dinero. Me dijo que preguntara en varios lugares, para hacerse una idea del precio estándar y luego de allí pedir rebaja. Conseguimos un buen precio, o por lo menos lo que yo consideré que era un buen precio, 35 pesos por Bolívar Fuerte, por lo que el millón de pesos que llevé se transformó en 30.000 Bolívares o como me dijo Rodrigo «30 Millones de Bolos«. Como la máxima denominación del Bolívar es el billete de 100, el volumen del dinero era impresionante y más cuando la palabra «millones» aparecía de un momento a otro.
No salimos de inmediato a Venezuela. Esperamos en el terminal a que llegaran los familiares de Rodrigo en Venezuela, quienes le traían su pasaporte. Me explicaron que Rodrigo había dejado su pasaporte en Venezuela para que en inmigración no hubiese rastro de su salida del país, lo que para efectos legales quería decir que él y su esposa llevaban más de dos años viviendo en Venezuela y de esa manera acceder a la ciudadanía venezolana, que era uno de los propósitos de su viaje. No fue difícil imaginar por qué tenían tantas ganas de ser venezolanos, en el viaje hasta «La Raya» (como conocen a la linea fronteriza) me contaron que el gobierno está regalando viviendas; y un patrimonio, así sea en el ojo del torbellino de la inestabilidad como es Venezuela es peor que nada. Y pues, también, aún con todos los problemas que hay allí, los venezolanos puede viajar a casi todo el mundo sin necesidad de visa, no como nosotros aquí en Colombia.
Por cuenta del cierre de casi una semana por las elecciones regionales, hubo que hacer una fila monstruosa para cruzar hasta el otro lado. Ya estaba en Venezuela, en un carro que compartía con tres señoras, una de ellas prima hermana de Rodrigo que tenía casi 50 años de residir en el hermano país. Pero antes de seguir tenía que sellar, es decir registrar mi salida de Colombia y mi entrada a Venezuela. Para agilizar los trámites, le entregue al chófer el equivalente a $40.000 colombianos, error de novato, cuando el precio real, como supe después, es el equivalente apenas a $10.000. El conductor regresó con mi pasaporte sellado en ambos servicios, por lo que no tuve ni que bajarme del carro.
A pocos kilómetros de «La Raya», Rodrigo y su esposa decidieron comer algo, por lo que el carro en el que yo iba, también se detuvo en un negocio donde el chivo y la Coca Cola estaban a la orden del día. Fue allí donde entendí un poco más de la índole de la gente del otro lado de la frontera. A pesar de que sólo conocía a la prima de Rodrigo, las otras dos señoras me trataron como un viejo amigo, compartiendo su comida conmigo y siempre tratando de darme consejos para que mi estadía en SU país fuera de mi agrado.
Foto de Jorge Amin.
Luego empezó el viaje hasta Maracaibo, un camino que definitivamente me mostró que ya no estaba en la comodidad de mi país. Para empezar la carretera carecía de las clásicas lineas amarillas y blancas, de hecho no había nada que señalara si era peligroso adelantar o si era mejor quedarse quieto. NADA. No había señalización, ni marcas de velocidad máxima, ni kilómetros faltantes, ni tacos reflectantes, nada. Y para colmo de males, el carro en el que yo iba tenía un serio problema con las luces; sumado eso al hecho que el tráfico estaba pesadísimo por la apertura de la frontera, me hizo comprender que la cara de la prima de Rodrigo no era de fastidio sino de ira.
Las señoras hablaban de puntos de referencia, que por supuesto yo no entendía, que el puente, que el río, que San no se qué, que Villa no se que otra cosa… y yo viendo por la ventana sin distinguir nada más que las luces de las viviendas en la oscuridad de la noche. Llegamos a Maracaibo a eso de las 8 de la noche y la prima de Rodrigo me llevó hasta su casa, donde ya estaban Rodrigo, su esposa, la hija de su prima y su esposo, quienes habían salido en su carro a la misma hora que nosotros. Les agradecí por todo, pero les pedí que me dejaran en un hotel, estaba molido por el viaje y necesitaba descansar. Aún tenía mucho que hacer en Venezuela al día siguiente.